Mirarse.

Foto Canva.

A veces la vida te aprieta, unas veces solo un poco, otras bastante y otras, lo suficiente como para que abras los ojos y te des cuenta de que no estás siendo feliz.

He podido aprender a los casi 50 años, que me he pasado media vida esforzándome continuamente para dar, servir o creerme útil, pero siempre para alguien que no fuera mí misma.

Si no era una buena madre, hija, hermana, trabajadora, nadie me iba a querer.

Me he pasado tantos años intentando sentirme aceptada o valorada, que me olvidé de quién soy, de lo que quiero, de lo que me gusta, me apasiona o me ilusiona.

No pretendo ir de víctima, sino de hacer visible lo que creo que también les ocurre a muchas otras personas, la mayoría mujeres.

No solo se nos exige desde que nacemos ser alguien que quizás no queramos ser…“ponte vestido, ponte guapa, sé buena niña, sé obediente, se dulce y también sé fuerte, luchadora, emprendedora, valiente…”, sino que también de alguna forma se nos está pidiendo siempre más, en cualquier faceta que nos toque vivir. Tienes que aprender a ser todas esas cosas que se esperan de ti y además serlo en los momentos que se precisen. Las personas te valoran más cuando te ven fuerte porque si no lo eres, lo único que acabas provocando es pena y compasión.

El mundo real es duro, se te exige que te adaptes tú a él y no él a ti.

Es una lucha constante, quizás te desgaste o quizás te haga más fuerte e insensible. Sea como sea, te vas poniendo capas, una sobre otra, a veces para esconderte y otras para protegerte.

A medida que tu cuerpo va cambiando con el paso de los años, canas, grasa, flacidez, arrugas…tu alma sigue yendo por libre y solo tienes dos opciones, o seguirla o ignorarla.

Si la sigues, seguramente haya momentos de perfecta paz, pero otros que quizás te rompan el corazón, un corazón que de por sí ya lleva varias cicatrices a cuestas.

Pero si no la sigues, probablemente, te sentirás como un zombie, que se prohíbe a sí misma sentir para no sufrir.

Volviendo al tema de tu cuerpo y de tu alma, hay algo que quizás sea lo único que te pueda ayudar y es, abrir los ojos y darte cuenta de tanto que diste y decirte, que si supiste dárselo a los demás, de alguna forma, tienes que aprender urgentemente a dártelo a ti misma.

Tu alma sabe lo que necesita en cada momento, solo tienes que pararte, escucharla y hacerle caso. Da igual, lo que duela o no, escúchala y obedécela ahora a ella.

Dejar de ser sumisa, dejar de hacer lo que los demás esperan que hagas o tengas que ser o aparentar. Solo poder ser una misma, aunque no sepas aún quién eres, ni qué quieres, es lo que te hará sentir sensaciones que antes no mirabas.

Yo no conozco la fórmula mágica, pero sí estoy empezando a sentir, a veces, esa sensación liberadora que te permite entender todo lo que he dicho antes, sirve simplemente, para dejarte en paz. Para que lo que piensen los demás de ti, aunque suene a canción, siempre va a estar de más.

Sentir esa sensación de que no tienes porqué rendir cuentas a nadie, más que a ti misma, te hace sonreír, sin motivo aparente, pero al menos, te hace sonreír.

Y aunque, como yo, no sepas quién eres y te cueste mucho mirarte al espejo, hazlo y sonríete, mírate a los ojos y permítete sentir esa sensación que vas a sentir cuando decidas, dejar de hacer felices a los demás para hacerte feliz a ti misma de una vez por todas.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *