TORMENTAS, perfectas.

Hace pocos días una tormenta azotó el país al que amo. Lo amo porque lo conozco, porque viví en él, porque dejé mis recuerdos en sus imágenes, dejé mis risas y mis llantos en su aire. Pero amo cualquier parte del planeta porque creo que esa parte de naturaleza significa lo mismo para cualquier otro ser humano.

Pero ese lugar en concreto, enamora. Enamoran sus colores, sus aromas, sus brisas, sus animales, su luz. Ese lugar quizás era el único capaz de hacerme sentir realmente libre.

Pero esa tormenta cambió el paisaje de ese lugar, ese lugar que cambiaba de color con las estaciones, ese lugar que me acogió sin preguntar, sin tan siquiera juzgarme. Ese lugar que me permitió ser feliz, salir a pasear con mis hijos en las noches estrelladas de verano. Ese lugar en donde miraba al horizonte y hacía que pudiera creer en mis sueños. 

Un lugar donde la naturaleza se hacía dulce, se convertía en hogar. 

Pero la vida te lleva a construir. Construyes proyectos, construyes quién eres, construyes lo que sientes, amor, pensamientos, creencias, construyes un hogar, un trabajo, unos sueños. 

A veces, esos proyectos duran un día, un momento, otras veces te llevan meses, años, o quizás toda la vida.

Pero sin esperarla, sin desearla, sin tan siquiera imaginarla, llega una tormenta.

Esa tormenta quizás es tan fuerte que lo destruye todo, aunque tus proyectos fueran internos, aunque creyeses que eran invencibles. Una tormenta es capaz de destruirlo todo.

Sabes que es una tormenta perfecta, porque va a marcar un antes y un después. Sabes que es una tormenta, porque no puedes hacer nada para detenerla.

Siempre me pregunté porqué la gente ponía como adjetivo “perfecta” a una tormenta.

Creo que ahora entiendo el motivo de esa bella construcción lingüística…supongo que es por el grado de destrucción que deja a su paso. “Perfecta” porque quizás sea la única forma de entender que los humanos no somos para nada dioses de los demás ni de nuestra amada Tierra. 

“Perfecta” para poder entender que, llega el agua, llega el viento o llega cualquier otro humano con mucho más poder encima de una misma y es capaz de destruir en un simple momento, todo eso por lo que luchaste, te esforzaste o simplemente, construiste. 

Hay tormentas externas, pero también tormentas internas. 

Tormentas internas perfectas que sirven para replantearte si realmente lo que estás construyendo es bueno para una misma o para los demás.

Pero ahora entiendo que las tormentas nos hacen humildes. Necesitamos urgentemente humildad en todos los aspectos, en el personal, como sociedad, como humanos. 

Necesitamos callar, para oír lo que la Tierra tiene para decirnos. 

A veces nos lo susurra, porque creo que aún nos quiere. Pero nosotros, imbéciles seres que se creen Dioses, no escuchamos. Vivimos inmersos en el ruido de nuestra mente, creyendo que es el único ruido que tiene razón. 

Y ese ruido al que le hacemos caso, al que lo erigimos nuestro Dios, en realidad, solo es ruido. Un ruido que no nos lleva a ningún lugar. Ruido que tiene que ser acallado por el sonido de la naturaleza. Un sonido al que le tenemos miedo, por eso, hablamos y hablamos sin cesar. 

Por eso, las tormentas son perfectas. Perfectas, para hacernos callar, para convertirnos en seres humildes, seres que necesitan parar, porque necesitamos escuchar lo que este lugar precioso en el que habitamos, nos tiene que decir. 

Y las tormentas internas, también quieren ser escuchadas. Debemos abrirles nuestra alma, para que limpien lo que nos ensucia, lo que nos sobra, para que destruyan eso que estamos construyen erróneamente, para que nos haga replantearnos, si realmente, nos merecemos el amor que nos regala la vida cada día. 

La fuerza de una tormenta, nos dice, que lo que quizás nos hará invencibles, sea la humildad. La humildad de reconocer nuestros errores, la humildad de entender que no sabemos nada, nada en absoluto. Que somos incapaces de crear una simple flor de la nada, como lo hace la Naturaleza. Así que, quiénes nos creemos que somos nosotros?. 

Somos simples seres que nacen, intentan ser felices cada día, pero muchas veces, no lo consiguen y solo aprendemos a destruir (destruirnos a nosotros mismos, a los demás y a nuestro hogar), cuando en realidad, si fuéramos humildes de verdad, de esa humildad que enseña, podríamos ver que realmente sí somos capaces de construir, construir amor, cada día. 

Encontrar en la felicidad de aprender a amarse más y mejor a una misma, a los demás y a nuestra amada tierra y así dar las gracias a este planeta que nos acoge y que pide, tan solo, que aprendamos en silencio, que callemos para que él nos enseñe lo que realmente importa.

Por eso, es urgente, que entendamos que la humildad, es la única que nos permitirá volver a construir. A construirnos.

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