• Amor de Álex Rovira

    Álex Rovira ha escrito un libro sobre el amor.

    No podía ser de otra forma. Creo que hay personas a las que se les ve de lejos. Se les nota en la cara, en su mirada. Rebosan bondad sea por donde sea que mires y más si les lees.

    Entre sus palabras, nunca hay un ápice de maldad. Todo lo contrario, son de esas almas que te incitan a aprender a mirar, a ver en todo, la belleza que nos rodea.

    Y creo que eso lo consiguen porque sencillamente, son buenas personas.

    Recuerdo una vez en la que él, sin conocerme tan siquiera, me dedicó unas frases de aliento.

    Yo creo que nunca supo lo que significaron para mí. Y no lo digo porque sea famoso, bueno, quizás sí. Lo digo más por él que por mí.

    Yo, una persona tirando a invisible, fui vista por él. Y siempre pensé que de eso trata la grandeza de los seres humanos. Cuando vemos en el otro lo que nadie ve.

    Él hubiera podido ignorarme, seguir con sus cosas y no perder su precioso tiempo para intentar animarme.

    Él para mí, a parte de lo que me ayudó con sus sencillas palabras, pero cargadas de buenas intenciones, representó aprender que cualquier persona es capaz de ver en el otro, lo que nadie ve.

    Representó que cualquier ser humano puede hacer algo en algún momento por otro ser humano. Quizás solo sean unas palabras, un gesto, una mirada, una sonrisa, un abrazo, no sé, mil cosas. Cosas que aunque sean grandes o pequeñas, si están hechas desde el amor, lo que de verdad consiguen, es generar más amor.

    Eso que él hizo, para mí, significó de alguna forma, sentir que era importante para alguien. A veces, creo que fue como una semilla, plantó en mí, la semilla del amor. Aprendí a empezar a mirarme más y mejor a mí misma. Desde el amor, dejé de juzgarme, dejé de criticarme, dejé de odiarme.

    Ese camino, el camino del amor hacia uno mismo, aunque parezca egoísta, es un camino largo, un poco angosto y lleno de piedras. Tiene muchas bifurcaciones, que a veces tomas y resulta que te alejan de tu destino, pero vuelves a él. Porque hay semillas que no se mueren.

    La semilla del amor, por ejemplo, es una de ellas. Si él creyó en mí, yo también debía hacerlo.

    Siempre he pensado que el mayor regalo que alguien te puede dar es su tiempo, porque el tiempo es algo que no vuelve, no puedes comprar tiempo, no puedes ganar al tiempo. Así, que en realidad, el amor, o mejor dicho, cualquier acto de amor, sea del calibre que sea, se siente porque la persona que lo crea, necesita usar su tiempo, su más preciado bien y simplemente, se lo regala a otro ser humano.

    Creo que hay personas que nos dan mucho más de lo que reciben. Álex Rovira regala mucho, es sabio, es sencillo y es cuando le miras y le lees que vuelves a creer en el amor y en el alma humana.

  • Palabras para ti.

    Para quién escribo?

    Foto de Dzenina Lukac

    Foto de Dzenina Lukac

    Escribo para ti, si me quieres leer. Pero no es para que me leas a mí, es para que te pueda transmitir mis palabras, que quizás de alguna forma perfecta y maravillosa, lleguen a rozar tu alma. 

    Sé que suena muy pretencioso creer que puedo tocar de alguna forma tu ser. Tampoco no es esa mi intención. 

    Lo que pasa es que me gusta ser lo más sincera y honesta posible y creo realmente que solo cuando sucede entre humanos se produce la magia. Claro que está la naturaleza, ella también nos toca el alma, quizás igual o más que otro ser humano. Pero la naturaleza siempre está ahí, esperando a que nos maravillemos con ella. 

    Solo los humanos tenemos la capacidad de hacer algo por el otro. Es decir, lo nuestro, es una elección.

    La naturaleza, en sí misma, es perfecta. 

    Los humanos nos tenemos que esforzar, tenemos que dejar que salga de nosotros lo mejor. Pero cómo? Este es el dilema.

    Pero a lo que iba, quizás por mi edad y mi situación, dirijo mis escritos a personas como yo. Esas que nos encontramos en una etapa de la vida en la que ya hemos luchado lo nuestro y aunque que estemos solas o no, pero ya sabemos lo que significa la soledad, somos esas mujeres que estamos trabajando en algo que quizás no tiene mucho que ver con nuestros sueños, aunque miramos a ese trabajo como si de una lotería se tratase. Esa edad, para las que tenemos hijos, en la que esas personitas son ya más suyos o suyas, que nuestros. 

    Los humanos vivimos la juventud como esa etapa en la que se experimentan multitud de cosas, pero en realidad, no hay nada como nuestra edad, para saber lo que vale realmente un peine, como dirían nuestros padres.  

    Experimentamos la soledad, el abandono, el desprecio, el que el amor de tu vida no te quiera, el que prefiera a otras u otros, que no tengas trabajo, o un hogar, que tus amigos o amigas te den la espalda, simplemente por  luchar por tu vida de forma diferente a como ellos creen que deberías hacerlo, que la gente no te entienda, que intentes que tus hijos no se den de bruces y tienes que ver como se dan de bofetadas por todos lados, mil situaciones vividas por unos y por otros pero que nos duelen, o mil cosas más. Cada uno y cada una de nosotros, tiene la suya. Y ninguna es más importante que otra, cada uno, vive su vida y sus circunstancias, como mejor sabe y puede. 

    Experimentamos el hecho de haber dado mucho, entregado media vida a tu ex-pareja, a tus padres, a tu familia, a tus hijos y la otra media a tus trabajos y no parece que nada de eso regrese a ti. 

    Estamos en esa edad en que te planteas, aunque no quieras hacerlo, el preguntarte, qué he hecho con mi vida? Cuándo la dejé de lado para esforzarme por los demás?.

    Escribo para esas mujeres (y hombres también, ojalá se sientan identificados) que tienen más heridas en el corazón que remiendos. Que su día a día se centra más en buscar como «curarse» que en vivir.

    Otra vez más, intentando ser mejores, ser una mejor versión de nosotras mismas para alguien, aunque nos engañemos creyendo que es para nosotras. Parece que tenemos adherido en el ADN esa necesidad imperiosa de ser mejores, para que nos miren, para destacar entre los demás o para que sencillamente nos quieran y nos acepten. 

    A veces creo que nos volvemos a olvidar de vivir, porque ahora, nos centramos en entender porqué o para qué nos sucedió lo que nos sucedió. Cómo aprender a curarnos esas heridas que dejamos que nos infligieran?. Seguramente hacemos eso para ser perfectas, para que no sea un esfuerzo para el otro querernos, aceptarnos. Porque el hecho de ser «perfectas» hace que para esa otra persona sea fácil amarnos. 

    Y yo creo que cada ser humano tiene un tesoro dentro, un corazón, seguro que lleno de heridas, pero precioso igualmente. Está latiendo, está viviendo. Solo quiere ser feliz. Él no pide nada especial, creo que solo necesita ser aceptado, tal y como es. 

    Pienso que si lo amamos, entonces, él nos devolverá toda la magia que sabe hacer. Nos dejará brillar, porque sencillamente, le estaremos dejando en paz. 

    Da igual las heridas, da igual el pasado, da igual el futuro incierto, da igual que no nos quieran ni valoren lo suficiente, todo eso, creemos que daña a nuestro corazón, pero lo que realmente le duele, es que nosotras o nosotros mismos, le estemos pidiendo que sea mejor, diferente, que no llore o no ría cuando lo necesite, que siempre le pidamos más de lo que da y menos de lo que siente.  Le estamos todo el día amargándole la existencia, cuando él solo quiere seguir a su ritmo. 

    Pero volviendo al principio, cómo dar al otro lo mejor de mí?. Siendo, simplemente, siendo, sin juicios ni condiciones, para darle a mi alma lo que necesita y para sentir que lo que doy a los otros es simplemente, lo que soy.

    Amarnos, para dar y dar para ser felices. 

  • La delicadeza

    La delicadeza. El camino hacia nuestro corazón.

    La delicadeza de un camino.
    Foto de Skitterphoto

    Creo que a todos en la vida nos ha sucedido algo, algún momento, alguna persona, alguna situación, algún libro o película, algo simple pero grandioso, en el que nos dimos cuenta que teníamos que querernos sí o sí. Que no existía otra opción que ser delicados con nosotros mismos. Aceptarnos tal como somos y aceptar al otro de la misma forma. Ese lugar donde empezar a caminar con delicadeza hacia nuestro corazón.

    Seguro fue una milésima de segundo en la que se paró el tiempo y nos susurró al oído, que nosotros éramos lo más importante.

    Quizás fue una película, como en mi caso. Aunque necesité verla 10 veces para que se me parara el tiempo y pudiera oír el mensaje.

    Hasta leí el libro sabiendo el final, disfrutando de cada frase. Volví a ver la película, intentando unirlo a lo que me imaginé leyendo el libro.

    Para mí, esa historia de personas sencillas, se ha convertido en algo extraordinario. Porque quizás no somos las personas las que convertimos en extraordinaria una vida, sino lo que sentimos y lo que hacemos con eso que sentimos.

    Los humanos somos capaces de transformar el dolor, la soledad, la «fealdad» en algo completamente distinto y solo lo conseguimos a través de nuestros sentimientos.

    Pero quién es el verdadero motor de eso? de la vida y de las emociones?. Nuestro más absoluto tesoro. Nuestro corazón.

    Sin él, sencillamente, no hay vida, sin lo que siente nuestro corazón, nuestra vida se convierte en algo vacío y sin sentido.

    El libro de David Foenkinos «La delicadeza», nos lleva a un viaje a través de ese camino. El camino de reencontrarnos con nuestro corazón, a través del amor. Es junto con el respeto hacia uno mismo y hacia el otro, cuando llegamos a nuestro jardín, ese que siempre intentamos ocultar.

    Respeto hacia el amor, defendiéndolo con uñas y dientes, pero con delicadeza. Porque es a nuestro corazón al que estamos defendiendo, a nosotros mismos. Y podemos defenderlo porque estamos sencillamente hechos de amor.

    Ese órgano que no para de latir nos ama porque nos permite vivir. Debemos devolverle ese tesoro, amándole, guardándolo de todo aquél que quiera vaciarnos, alejándonos del miedo y para eso necesitamos de nuestra delicadeza.

    El miedo tiene muchas caras, muchos momentos, muchas situaciones, hasta personas. Pero no se trata de luchar contra eso, creo que, simplemente, se trata de defender a nuestro corazón con amor y él nos guiará a dónde tengamos que llegar.

    Ese es nuestro camino a seguir, para llegar a un lugar en donde estemos a salvo. Llegar a un jardín en el que los recuerdos no nos duelan. Un lugar donde entender que ser feliz es posible.