Siendo mujer, siendo tú.
Si eres mujer, quizás puedas imaginar de lo que voy a hablar…suele haber una edad en la que empiezas a desconectarte de tu cuerpo, pero cuándo, cómo y por qué?.
Mientras no fuiste más que una niña, tu cuerpo solo servía para ser feliz, no te preguntabas nada más. Solo disfrutar de la vida, sin pensar en el pasado, ni en el futuro. Tu vida era tu presente y como mucho, el día siguiente.
Luego, de la noche a la mañana, te empiezan a crecer unos bultos que además, duelen, en lugares que antes ni te preocupabas si los enseñabas o no, corrías y no dolía nada, te sentías libre.
Pero además estos cambios vinieron acompañados de un sangrado, que llegaba cada mes y tú no lo podías detener. Pero al ver como crecía más el interés por esos bultos llamados pechos, que por ti, te empezaste a dar cuenta de que esa libertad que tanto disfrutabas, se acababa por momentos.
Quizás nadie te avisó de ese cambio incontrolable, quizás tú aún querías seguir jugando a juegos infantiles y tuviste que comportarte como una adulta por culpa de esos cambios que se produjeron en tu cuerpo sin tu permiso.
Quizás los adultos intentaron normalizar esto que te pasaba obligándote a verlo como algo sin importancia, pero te tuviste que adaptar, poco a poco y por obligación.
Pero luego aún sin tú haberte conocido demasiado y por tanto aceptado, entraste en esa situación en la que si agradabas a los demás bien, pero si tu cuerpo no entraba en esos cánones de belleza establecidos, también debías aprender a lidiar con eso.
Si no lo aprendiste a hacer, seguramente entrarías en un espacio en el que empezarías a odiar a tu cuerpo, a verlo como una carga, más que como un medio como antes, en el que todo era motivo de felicidad.
Cada comentario, cada opinión externa, le alejaba un poco más de ti. Empezaste a culpar a tu cuerpo, quizás inconscientemente, de toda esa pérdida.
Aprendiste a que tu cuerpo era tu tarjeta de presentación y toda tu vida se veía condicionada por eso de una forma u otra. Querías que vieran dentro y te diste cuenta que en realidad nadie miraba ahí. Y cuanto menos sentías que miraban, más asco te daba mirarte a ti misma.
Así pasaron los años, entre dietas, programas de auto ayuda, sentimientos de culpabilidad y cada vez, tú y tu cuerpo os alejabais más y os convertisteis en dos extraños. Lo mirabas con asco, rabia y quizás también con odio.
Hasta que un día te das cuenta que él no es tu enemigo, fuiste tú que le echaste de tu vida porque sentiste que te la condicionó demasiado. Pero con el paso de los años te das cuenta de que todo lo más valioso de la vida, te lo dio tu cuerpo.
Tuvieras hijos o no, tu cuerpo te permitió decenas de placeres, tales como comer, dormir, amar, beber, respirar, oír…placeres que suelen pasar desapercibidos pero que son de vital importancia. Así es el cuerpo, es la perfecta cohesión de todos los sistemas que no solo se regula para realizar tales acciones vitales, sino que sinápticamente te hace sentir dicho placer.
Nos empeñamos en odiarnos, en odiar al cuerpo y todas sus formas en lugar de rendirle homenaje cuidándolo y queriéndolo, porque sin él, simplemente, no seríamos.
Cuando por fin lo entiendes, aprendes a darle las gracias y también a perdonarte.
Y es así, en el momento que decidas mirarte con y des del amor, sentirás como empiezas a reconciliarte con tu cuerpo.
Y el futuro? Déjaselo a la niña que fuiste, ella sabrá qué hacer.