Mujeres invisibles, niños invisibles.

Luz y esperanza en la mirada.

Hoy pensaba lo feliz que me sentí cuando fui de viaje a Nepal hace 3 años. Nunca había ido tan lejos, fue el regalo de cumpleaños de los 18 años a mi hija. Fuimos ella y yo y fue una de las experiencias más bonitas de mi vida.

Aunque allí vi a niños durmiendo en el suelo de la calle, niños con bebés en el brazo y que cuando les dimos comida lo primero que hicieron fue dársela a esos bebés. Vimos como le pegaban a un niño por pedir a los turistas. Ahí entendí muchas cosas. Lloré mucho.

Vi como yo podía sentir paz dentro de mí aunque en el exterior todo fuera un absoluto caos.

Ahí fui feliz, a pesar de todo lo que vi con mis ojos porque conecté con el sueño que tenía de niña, ser periodista y contar a medio mundo historias del otro medio que quizás nunca ni se habían planteado, como yo antes de viajar ahí.

Pero el tema es que hoy mientras iba pensando eso y había salido a entregar un currículum, he pasado por delante de una panadería que estaba vacía.

Me he dicho, «voy a regalarme un desayuno, leche vegetal con croissant» y así «ayudo» a esta panadería que siempre la veo vacía.

Como estaba sola, la chica de la panadería que me ha atendido ha empezado a hablar y en menos de cinco minutos, me ha contado que después de casi 20 años de matrimonio a finales de marzo se separó. Tiene 2 niños pequeños, su ex, adicto al móvil no trabaja ni le pasa pensión.

Cuando ella se fue con los niños, él le pegó un puñetazo delante de sus hijos, mientras ellos se tapaban los oídos para no oír los gritos.

Ella tiene 2 trabajos. Era su primer novio.

Palabras textuales de ella «yo soy fuerte».

Me ha dicho que hay días que está de bajón y que se ha planteado volver con él. Pero se dice a sí misma que no, que tiene que seguir por sus hijos.

Luego han entrado dos personas y nos hemos despedido con un «hablamos».

Seguramente esta chica, no saldrá en ninguna revista de famoseo, ni será influencer, ni ella ni sus hijos.

Seguramente los niños que duermen en la calle en Nepal, seguirán ahí, intentando encontrar un trozo de pan para podérselo dar a sus hermanos o a ellos mismos y no morir literalmente de hambre.

Mientras aquí, en este medio mundo en que no hace falta explicar cómo nos comportamos todos, la vida de estas personas «invisibles» sigue a otro ritmo, juegan en otro partido que nadie parece ver.

No sé si van a ganar o no la partida, pero creo que algunos de nosotros, mientras no visibilicemos a nuestras compañeras o compañeros de vida, mientras no seamos capaces al menos por un momento, de ponernos en su «fuerte» piel y andemos con sus pies «descalzos», sí la vamos a perder.

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