Dónde empezó la historia del perfume?.

Y cómo el perfume ha conseguido tanto?.

Cuántas veces hemos notado un olor e instantáneamente nos hemos visto transportados a otro tiempo y espacio?

El poder evocador que despiertan los olores es enorme.

Ningún sentido puede considerarse más rico que el olfato.

Por eso desde tiempo inmemorial los seres humanos hemos creado una gran cantidad de aromas y por eso la elaboración y envasado de perfume alcanza hoy altísimos niveles de complejidad y sofisticación porque cuantas más esencias descubrimos más podemos viajar dejándonos llevar por los aromas.

Desde la noche de los tiempos el “perfum” que significa “por el humo” inicia su viaje de oriente a occidente.

Así se extienden  por el aire los olores de plantas quemadas para hablar con los dioses y para la seducción.

Desde China donde el perfume es líquido y pomada, pasando por Japón donde es esencial para la literatura erótica.

Hasta el budismo en forma de los distintos aromas de incienso  para la enseñanza de la siete aspiraciones.

En Jerusalén el perfume se transforma en ungüentos y la mirra es cada día más popular.

En Grecia y Roma el perfume se presenta en porciones olorosas,  la maceración de esencias se disuelve en aceite de oliva y almendras. El baño y la higiene se hacen costumbre en Roma donde el perfume se aplica en polvo y aceite.

Se arrinconan los frascos de cerámica y alabastro  y al fin los perfumes se ven a través del vidrio.

Alejandro el Grande no solo conquistó territorios sino que llevó a Grecia la sabiduría perfumista de los persas.

Cleopatra se impregnaba la boca de una mezcla de perfumes y así besaba dejando a sus amantes su sabor.

En la Roma imperial Calígula salpicaba en las paredes y bañeras con aceites aromáticos. Nerón con las rosas impregnaba con ellas sus sandalias.

Cuando los patricios ofrecían sus banquetes, soltaban palomas perfumadas para que revolotearan esparciendo entre los invitados toda clase de aromas.

El poder de la Iglesia en la Edad Media era absoluto aunque los cruzados traían fragancias y óleos orientales.

La iglesia se dedicaba a dividirlos en divinos y satánicos.

El cristianismo prohíbe el uso de perfumes hasta que por Granada y Sevilla se abren centros perfumistas. 

Se nos devuelven todas las fragancias en manos de los árabes.

En europa los perfumes forman parte del ocultismo, la medicina y la magia.

La perfumería se iguala a la alquimia pues ambas transforman la materia física en divida, los alquimistas refinan el arte de la destilación.

Se esfuerzan por dar con la quinta esencia de la materia, con la sustancia más pura, el perfume a base de alcohol.

En Europa el primer perfume destilado que se consiguió fue gracias a una pionera, Isabel de Hungría, que encargó su elaboración a científicos de Montpellier. Este primer líquido  precioso huele a cedro, a romero y a trementina.

Dice la leyenda que con más de 70 años la Reina Isabel valiéndose de una gran variedad de fragancias era capaz de seducir a los más jóvenes.

En el Renacimiento el perfume se extiende desde la aristocracia hasta la burguesía.

A Venecia llegan las  materias primas del lejano oriente, de nuevo la Iglesia, hasta la medicina, condenan el baño pero las esencias se vuelven imprescindibles.

Influido por los diálogos de Platón, el amor cortesano, se impregna de divinidad.

Con el progreso de la química y la destilación, el perfume alumbra una sofisticada cosmética, bálsamos, aceites, ungüentos. 

Pero la perfumería continúa siendo un asunto de encantamientos.

El “ars amandi” o el arte de amar es cosa de 3. 

En París, Catalina de Medicini, se vale de René, su perfumista privado, para poner de moda los aromas intensos y seducir así a los hombres. 

Pero el arte de la perfumería, todavía tiene que llegar más lejos.

Catalina ordena perfumar los guantes que regala a su suegra.

Cuando la anciana aristócrata se los pone, cae fulminada, el perfume ocultaba el olor de un potente veneno.

Ya en el Barroco, se adopta la costumbre de perfumar todo, hasta el más nimio accesorio.

Es el arte del exceso, triunfa el agua de colonia y los elixires milagrosos. 

Hasta el aire viaja perfumado.

Por eso Luix XIV, el rey Sol, encarga un agua de flor de naranjo, a Marcial, su perfumista particular. Es la única que su sensible olfato puede soportar. 

En París, después de la revolución francesa, la perfumería experimenta un avance espectacular, se inventa el vaporizador. Los perfumes a granel se vuelcan en envases exquisitos. La porcelana da forma a motivos fantasiosos y delicados, se estrenan nombres y etiquetas. 

Ya se visibilizan los primeros carteles y nombres de publicidad, por el aire viajan el patxuli, la vainilla y el sándalo.

La Iglesia y la Medicina, levantan su veto al baño, la higiene personal, no solo es salud y belleza, ya es virtud.

En el marco del confort y el pragmatismo el perfume se vuelve un valor burgués.

Los balnearios inundados de fragancias, son lo más chic.

Toda casa tiene que contar con su bañera.

Si el perfume resulta imprescindible para la seducción, ahora también es emblema de las apariencias, marca de nivel social. 

Los perfumes rocían guantes, pelucas, vestidos…pero solo tocan la piel de las más atrevidas, de las cortesanas, por eso, escribe Baudelaire, “tras un olor intenso solo puede hallarse una hija de la sombra”. 

Gracias a la síntesis de la química, los perfumistas son artistas. 

Gozan del favor de las cortes europeas.

Para poseer y desprender glamour, hay que esmerarse y descubrir un perfume personal, único.

Por eso, antes de huir de París, Maria Antonieta viaja a la tienda de su perfumista preferido, necesita proveerse de su fragancia de rosas y violetas.

Napoleón, no tolera el gusto de Josefina por los perfumes fuertes, prefiere el agua de colonia o pastillas perfumadas.

El poder evocador nos ha permitido viajar a través de su historia, de Oriente a Occidente. 

De los ritos iniciáticos a los baños de vapor.

De estar prohibido a ser un bien preciado. 

De elixir mágico a esencia de seducción.

De encantamientos a intrigas de poder.

Del perfume como medicina a un distintivo social.

Historia del perfume que continúa a través de nuestra capacidad de valorar su presentación y aspirar su aroma, de juzgarlo, de preferirlo, de hacerlo nuestro, de envolvernos con sus notas y sentirnos más deseables, más interesantes, más nosotros.

Pero la historia del perfume aún sigue escribiéndose…

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