Dependencia emocional
El contacto físico es tan importante para los humanos que el estudio del tacto y el tacto incluye la sorprendente realidad de que la falta de contacto humano puede ser fatal.
En el siglo XIX miles de bebés murieron en albergues de todo el mundo a causa de una enfermedad llamada El Marasmo. Ocurría principalmente entre los 6 y los 9 meses de vida. Los bebés aparentemente sanos entran en un estado depresivo y dejan de hacer contacto visual, comer y comunicarse hasta que la «enfermedad» conduce inevitablemente a la muerte. En Nueva York en 1915, el Dr. Henry Chapin encontró que la tasa de mortalidad infantil para niños menores de 2 años en orfanatos era del 100%. Otro médico en Baltimore, el Dr. Knox informó que de 200 niños menores de un año hospitalizados, el 90 por ciento había muerto, mientras que otro 10 por ciento había escapado al ser colocado en adopción temporal o permanente.
Nuestras emociones, cuerpo y mente están conectados como parte de un todo. Ser capaz de reconocer cómo reacciona nuestro cuerpo ante diferentes emociones nos ayuda a liberarlas y gestionarlas más fácilmente. Hay emociones buenas y otras no tan agradables, todos lo sabemos.
Los abrazos liberan oxitocina (hormona asociada al placer), serotonina y dopamina (responsable del buen humor), dando como resultado una agradable sensación de armonía y saciedad, aportando una dosis de bienestar al cuerpo y a la mente.
Pero, ¿qué pasa cuando en tu infancia te abrazaron pero también te faltó amor en alguna ocasión? Aprendiste basándote en los efectos que eso le producía a tu cuerpo, agradables unas veces y desagradables otras, que dependiendo de lo que recibías del exterior te encontrabas bien o no.
Y a través de este programa que se instala en nuestro inconsciente aprendemos a darle a nuestro cuerpo esas hormonas que nos hacen sentir bien, buscándolas constantemente afuera a través de las muestras de cariño de otras personas.
Pero ¿qué pasa si tu programa fue que unas veces tu cuerpo producía hormonas placenteras y otras no? que aprendías inconscientemente que para que te dieran abrazos, primero debías hacer algo para merecerlos y posiblemente, cuando no te portabas tan bien, no los recibías, pero te «acostumbraste» a esa forma de vivir, igual que en una montaña rusa, tus hormonas subían y bajaban, siempre condicionadas por factores externos.
Es decir, si te portas «bien» recibes tu recompensa, si te portas «mal» según los valores de la otra persona, no recibes tu recompensa y te castiga con su indiferencia o con otra cualquier conducta. Y tú, ¿qué haces para volver a recibir tu recompensa? modificas tu comportamiento para hacer lo que se supone está bien para la otra persona…pero es así que sin darte cuenta llega un momento en que dejas de ser tú y ya no sabes qué está bien o qué está mal.
Igual que cuando aprendimos a escribir nos costó hasta que no se quedó integrado en nuestra mente, pasa lo mismo con este modelo de conducta que hace que «necesitemos» que se repita en nuestras relaciones para obtener esas dosis de hormonas placenteras. Es en el inconsciente donde se queda archivado ese programa y tienes que saber que el inconsciente la única función que tiene es la de mantenernos vivos, por tanto, cualquier programa que no venga «de serie» y haya sido aprendido en la infancia es desde el que vamos a funcionar.
Y ¿qué mejor que vivir dicha experiencia a través de una relación amorosa en la que los efectos se multiplican?
A nivel espiritual creo que las parejas vienen a sanar esos programas «defectuosos» que nos provocaron heridas en el pasado, y vienen precisamente por eso, para que nos hagamos cargo de ellas y no tener que vivir esa dependencia emocional que nos hace estar constantemente esperando recibir del otro ese estímulo que haga liberar en nuestro cuerpo esas hormonas placenteras, igual que una droga.
Por eso es tan difícil «desengancharse» de esa necesidad de recibir del otro muestras de cariño y amor, porque tenemos adicción a esas hormonas tan agradables y necesarias para vivir, tal y como he comentado al principio.
Pero ese niño o esa niña aprendió que a veces sí y otras no recibía ese amor y aunque él creía que era por su culpa, (porque los motivos podían ser muy diversos), eso es lo que siguió replicando en sus relaciones, es decir, de adulto necesita que a veces le den amor y otras veces le hagan sentir culpable, para que vuelva a repetir de forma infinita eso que aprendió de pequeño.
Pero ahí es cuando debemos utilizar nuestra mente a nuestro favor y no dejar que ella nos domine, debemos comprender qué es amor y qué no lo es, y cómo podemos proporcionarnos a nosotros mismos esas experiencias que hagan que nuestro cuerpo segregue dichas hormonas sin necesitar a nadie externo.
Y es ahí donde empieza el viaje hacia tu interior.
¿Quieres seguir en esa montaña rusa emocional de la que parece que nunca puedes bajar o prefieres adentrarte en tu mundo interior para encontrar eso que tanto estás buscando afuera?
¿Quieres dejar de vivir condicionado o condicionada continuamente de lo que haga la otra persona para tú estar bien? Déjame decirte que eso no es amor.
Por tanto, ¿quieres sentirte pleno o plena sin esa necesidad externa y poder vivir el amor de verdad con alguien, empezando por sentir amor hacia ti de forma incondicional?
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