Caso: maltrato paterno

Cuando somos niños necesitamos el amor incondicional de nuestros progenitores, es algo que aceptamos y asumimos como algo normal, pero no siempre lo puede vivir todo el mundo.

Nuestra madre nos suele dar más cariño, cuidados, comprensión, mientras que nuestro padre nos aporta protección, aceptación y normas. Obviamente, esto son generalizaciones, pero es a través de esas dos energías que nuestro ser va creciendo y equilibrándose a nivel mental y emocional.

Pero, ¿qué pasa cuando eso no se da? Quizás alguno de ellos no esté por la labor de darnos esas cosas que cualquier niño necesita, bien porque no esté física o emocionalmente.

Tenemos que recordar y entender que somos víctimas de víctimas, pero mientras somos niños no somos capaces de comprender esta realidad. Los niños son libros en blanco dónde escribir creencias que tanto pueden hacer despegar su vida como hundirla en un pozo del cual será muy difícil de salir.

En la infancia se rompen ilusiones, ese amor que creíamos nos merecemos tan solo por el simple hecho de existir, nos damos cuenta de que viene condicionado por nuestro comportamiento o nuestras cualidades que si no son las que nuestros progenitores desean van a ser cuestionadas, criticadas y hasta anuladas, con el consiguiente daño emocional y mental que eso supone.

Ese daño sigue vivo en nuestra mente y en nuestro corazón y lo hace hasta que no somos capaces de ir ahí, ver el dolor, mirarlo con amor y como por arte de magia, hacer que se puedan cicatrizar las heridas. Pero esto no se consigue tan fácil, nos asusta mirar al dolor de frente, porque seguimos siendo esos niños heridos que siguen sin entender por qué se merecen este castigo y no quieren volver a sentir ese daño porque les da miedo y ya sabemos que nuestra mente nos aleja constantemente de cualquier cosa que nos genere miedo, ya que su función es evitarnos cualquier peligro y para la mente, miedo es igual a peligro.

En este caso, si el maltrato viene por parte de la figura masculina, vamos a sufrir más con el desamor, ya que el padre nos enseña cómo nos tienen que querer nuestras parejas, o cómo debemos quererlas. También vamos a verlo reflejado en la dificultad a la hora de prosperar económica o laboralmente, puesto que tiene mucho que ver con la forma en la que nos sentimos capaces de progresar en nuestra faceta profesional, porque tiene mucho que ver el merecimiento y la toma de acción.

Esas heridas, en general, se reflejan cuando somos adultos a través de síntomas como depresión, falta de autoestima, ansiedad, agorafobia, sobrepeso, falta de valoración, falta de motivación y esos síntomas, entre otros, si no se tratan, derivan en adicciones, bien a la comida, drogas, a una persona tóxica, bebida, compras, juegos… cualquier cosa que anestesie ese dolor que sigue sintiendo el niño o la niña que llevamos dentro.

Pero nos olvidamos que tenemos una mente que, aunque parece que juega en nuestra contra, la podemos utilizar para que nos ayude. Y ¿cómo? Pues empezando a hacer cosas exclusivamente por y para ti, desde ir a terapia, meditación, diario de emociones, respiraciones conscientes, aceptación incondicional, sanar nuestra niña interior, autocuidado, reprogramación mental, etc.

Está exclusivamente en nuestra mano, sanar las heridas de nuestro niño o niña interior que siguen reflejándose en nuestro día a día de formas muy diferentes, pero es con base en una sana autoestima ayudada por nuestra fortaleza mental, que podemos conseguir el poder de sanar y vivir una vida abundante en todos los aspectos y devolver al niño que fuimos todo el amor que le faltó.